El mundo de la moda contuvo el aliento en París. Y no era para menos: Jonathan Anderson, uno de los diseñadores más visionarios de su generación, debutó como director creativo de Dior. ¿El resultado? Un desfile que más que moda, fue manifiesto.
El Hôtel des Invalides fue el escenario, pero el espectáculo distó de ser convencional. No hubo pasarela al uso ni ostentación barroca. En su lugar, un espacio que evocaba una galería de arte: paredes desnudas, luz tenue y solo dos pinturas del siglo XVIII colgando con delicadeza, pues la atención, claramente, estaba centrada en la ropa... y en lo que esta quería decir.
Anderson presentó una colección que parecía narrar una película aún sin rodar. Las referencias visuales recordaban el estilo cinematográfico de Luca Guadagnino: personajes vestidos con una mezcla de desaliño y perfección, de urgencia y detalle.
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Camisas con un solo cuello planchado, pantalones que flotaban entre la sastrería clásica y el pijama refinado, y bolsos colgados como si alguien los hubiese tomado al vuelo. Todo evocaba movimiento, prisa, vida. Un lujo vivido, no mostrado.
Este debut marca un punto de inflexión para la casa fundada por Christian Dior en 1946, pues si Maria Grazia Chiuri aportó feminidad política y Raf Simons trajo arquitectura poética, lo de Anderson apunta a algo más sensorial, casi existencial.
Entre los invitados, se pudieron ver a Sabrina Carpenter, Robert Pattinson, A$AP Rocky, Rihanna, Daniel Craig, Pharrell, Donatella Versace, Roger Federer and Mingyu en una gala inolvidable para París.