En el terreno afectivo, no todas las relaciones están construidas desde la reciprocidad, algunas personas terminan aceptando migajas de amor, caricias ocasionales, respuestas frías, “te quieros” que llegan tarde o nunca. Pero, ¿por qué alguien se conformaría con tan poco afecto? La respuesta no está en la debilidad, sino en heridas emocionales profundas que la psicología ha logrado nombrar y explicar.
Aceptar migajas emocionales suele tener raíces en experiencias tempranas marcadas por carencias afectivas, según la teoría del apego desarrollada por John Bowlby y Mary Ainsworth, quienes crecieron con vínculos inconsistentes o impredecibles, tienden a desarrollar apego ansioso, este tipo de apego los lleva a temer el abandono y a idealizar a sus parejas, incluso cuando apenas reciben atención.
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Además del apego ansioso, la baja autoestima también juega un papel crucial, cuando no nos sentimos dignos de amor constante, nos convencemos de que merecemos poco, y ese poco se vuelve suficiente, el psicólogo Walter Riso, en su libro Amar o depender, advierte que muchas personas se quedan en relaciones insatisfactorias no por amor, sino por miedo a enfrentarse a la soledad.
Otro factor poderoso es lo que los psicólogos llaman refuerzo intermitente, según estudios de comportamiento, cuando el afecto se ofrece de forma esporádica y aleatoria, el cerebro lo percibe como más valioso, generando una adicción emocional parecida a la de una droga, así, esas pequeñas muestras de cariño, que deberían ser la base mínima de una relación, se convierten en recompensas excepcionales.
Y si a eso le sumamos la repetición compulsiva, (un fenómeno descrito por Sigmund Freud) la fórmula se vuelve aún más dolorosa: muchas personas repiten en sus relaciones de pareja los mismos patrones de dolor que vivieron en la infancia, en un intento inconsciente por sanar lo que no pudieron cambiar entonces.
¿La buena noticia? Se puede salir de estas dinámicas, la psicoterapia, especialmente la terapia cognitivo-conductual o la de esquemas, ayuda a sanar heridas, fortalecer la autoestima y aprender a poner límites, porque aceptar migajas emocionales no es una prueba de amor, sino un síntoma de heridas sin resolver.