Lo que en Filipinas apodan como “óleo de la vida” y forma parte de rituales de belleza prenupciales, la ciencia lo confirma, pues el ácido láurico que compone casi la mitad de los ácidos grasos del aceite de coco posee un peso molecular tan bajo y una cadena lineal tan a fin a la queratina que se desliza dentro del tallo capilar, a diferencia de aceites como el mineral o el de girasol.
Un estudio clásico publicado en la Journal of Cosmetic Science demostró que, usado antes o después del lavado, el aceite de coco reduce la pérdida de proteínas responsable de quiebre y puntas abiertas.
Un ensayo con 140 mujeres demostró tras doce semanas de aplicación tópica que el tratamiento equilibra el microbioma del cuero cabelludo, favoreciendo la abundancia de Malassezia globosa, hongo asociado a cuero cabelludo sano, y reduciendo especies ligadas a la caspa.
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En este sentido, se recomienda usarlo como pre-poo: aplica una cucharadita de medios a puntas 30?minutos antes del shampoo; lo que blinda la cutícula antes de que el agua la hinche, mientras para cabellos finos, se sugiere limitarlo a una “micro-dosis” post-secado, apenas en las puntas, para evitar peso extra y obtener brillo inmediato.
Además de su capacidad para reducir la pérdida de proteínas, el aceite de coco actúa como un potente agente humectante. Gracias a su estructura lipídica, forma una barrera protectora que evita la deshidratación del cabello, especialmente en climas secos o tras la exposición a herramientas térmicas.
Esto lo convierte en un aliado ideal para quienes tienen el cabello rizado, teñido o dañado por procesos químicos. Su textura ligera, en comparación con otros aceites, facilita su aplicación sin dejar una sensación grasa excesiva, y puede aplicarse tanto en tratamientos intensivos como en pequeñas cantidades para controlar el frizz y aportar brillo inmediato.