Payasitos con lágrimas pintadas en sus 'Ojitos Mentirosos' abandonan los cruceros de las urbes para trasladarse a las esquinas de las redes sociales bajo el sonido de la cumbia en una síntesis de lo que ocurre con la gentrificación: el desplazamiento de las poblaciones originales hechas a un lado por las minorías de mayor poder adquisitivo.
Los nativos se vuelven parias en su propia tierra y no saben a dónde ir. Los malabares frente a los autos con coreografías circenses aprendidas bajo la intemperie expresan sus sentimientos vertidos en clips grabados entre calles y plazas para gritar a los cuatro vientos digitales que debe respetarse el sentido de pertenencia al lugar de origen.
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De la cumbia chicha al son urbano
En 1976 nació en Perú el tema 'Ojitos Mentirosos' pertenece al género de cumbia chicha (bebida fermentada a base de maíz que se sirve sobre suelo inca). Su creador es Coré Cuestas, líder del grupo musical Los Ecos, y llegó a México en múltiples versiones en el transcurso de la década de los 90, en tiempos y situaciones distintas.
En redes sociales, distintos creadores de contenido denuncian que perfiles que “nunca han sufrido” replican la estética sin contexto, vacían el mensaje y capitalizan vistas. La crítica se viralizó con notas que describen el trend como una mezcla de identidad barrial, cumbia y tristeza performativa, convertida en outfit de temporada.
Catarsis contemporánea
La tendencia de “Ojitos Mentirosos” —maquillaje de payaso, coreografías y recorridos urbanos— encendió un debate: ¿orgullo popular o moda vacía?
El fenómeno crece en TikTok con lecturas encontradas: para unos, el clown es catarsis y visibilización de calles ignoradas; para otros, es estetización del dolor. Por lo tanto, la nostalgia se vuelve melancolía declarada como contraste entre el maquillaje cuidado y los escenarios de paredes grafiteadas, basura o zonas inseguras, usados como telón de fondo “bonito” sin mirar la problemática social detrás.
Lo que ocurre fuera: mismas tensiones, distinto soundtrack
La polémica no es única: en Estados Unidos y Europa el clowncore cuyas expresiones de personajes de circo como payasos, mimos y bufones se limitan a narrativas puramente estéticas con el fin de preservar los tiempos felices, aunque estos no provengan de un franco contexto político, sino más bien la aparente evocación de una infancia añorada.
En Brasil es la danza passinho, nacida en favelas, fue reconocida como patrimonio cultural en 2024 tras años de estigmas. El hilo común: cómo una estética popular trepa al mainstream o tendencia que capitaliza esa visibilidad.
En Argentina, la cumbia largamente estigmatizada como exacerbación de lo vulgra pasó a la memoria colectiva con fiestas y festivales que agotan entradas. El trayecto sirve de espejo: cuando un sonido o estética de barrio sube al centro, emergen preguntas sobre quién capitaliza y cómo se cuenta su historia.