ANTOJOS

¿Adicción al pan, a lo dulce o a lo crujiente? No es antojo, es tu cerebro hablando

Tu cuerpo no te traiciona a veces solo está intentando compensar lo que no estás escuchando

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Hay días en los que parece que el cuerpo pide pan, azúcar o algo crujiente con urgencia. Como si nada pudiera calmar esa ansiedad más que una mordida a ese pan dulce o una bolsa de papas. Y aunque solemos llamarle "antojo", la realidad es que muchas veces, no es hambre es tu cerebro intentando regularse.

La ciencia lo explica así, ciertos alimentos, especialmente los ricos en carbohidratos, grasas y azúcares simples, activan áreas del cerebro relacionadas con el placer y la recompensa. Liberan dopamina, la misma sustancia que se activa cuando sientes felicidad, enamoramiento o alivio. Por eso, el cuerpo "aprende" que ese tipo de comida lo hace sentir bien aunque sea por unos minutos.

¿Y lo crujiente? Eso tiene su propia explicación. Los alimentos crocantes, como papas fritas o galletas, generan una sensación sensorial muy estimulante. Esa textura activa regiones del cerebro asociadas con la alerta y la satisfacción. Comerlos se vuelve una especie de "mini escape" del estrés.

Pero aquí lo importante es que esto no significa que estás rota o que no tienes fuerza de voluntad, al contrario. Muchas veces, esos antojos aparecen cuando:

  • Estás emocionalmente agotada.

  • Tu nivel de cortisol (la hormona del estrés) está elevado.

  • Has restringido demasiado tu alimentación y tu cuerpo entra en modo “urgencia”.

  • Estás buscando contención emocional pero lo único accesible es la comida.

     

No estás fallando, tu cuerpo solo está intentando sobrevivir y tu mente, autorregularse.

Entonces, ¿que debes de hacer?

No se trata de prohibirte todo ni de caer en la culpa, se trata de escuchar lo que ese antojo está intentando decirte. A veces el cuerpo pide pan, pero lo que realmente necesitas es descanso, a veces mueres por algo dulce, pero en realidad estás buscando una caricia emocional, a veces no es hambre es falta de paz.

La próxima vez que llegue ese deseo incontrolable, en vez de pelearte con él, haz una pausa y pregúntate ¿Qué necesito de verdad? Y si decides comerlo, hazlo con conciencia, sin castigo, sin juicio. Porque comer también puede ser una forma de cuidarte, no solo de castigarte.