¿Te felicitan y tú contestas “fue pura casualidad”? Tal vez no seas humilde, sino víctima del fenómeno psicológico que hace que millones de personas duden de su propio talento.
El síndrome del impostor es esa voz interna que te susurra que todo lo que logras se debe a la suerte, a contactos o a un “golpe de suerte cósmico” y que, en cualquier momento, alguien va a descubrir que no eres tan buena como pareces. El término fue acuñado en 1978 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes al observar este patrón en mujeres con alto desempeño académico, aunque hoy se sabe que afecta a todas las identidades y niveles profesionales.
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Señales de que podrías estar atrapada
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Minimizar tus logros: Entregas un proyecto redondo, pero juras que fue “fácil” o “nada del otro mundo”.
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Miedo constante a “ser descubierta”: Sientes que las felicitaciones son una especie de error administrativo.
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Perfeccionismo paralizante: Revisas tu trabajo diez veces porque “no es suficiente”.
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Autoexigencia desproporcionada: Pones la vara tan alta que ni tú la alcanzas y, cuando lo logras, mueves la meta otra vez.
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Comparación crónica: Tu éxito nunca se siente real porque siempre hay alguien “mejor”.
¿Por qué pasa?
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Mensajes tempranos: Crecer escuchando que “podrías hacerlo mejor” o que “las niñas calladitas se ven más bonitas” gesta semillas de duda.
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Entornos competitivos: Industrias donde el éxito se mide en métricas públicas (seguidores, ventas, premios) amplifican la sensación de fraude.
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Estereotipos de género y raza: Cuando tu presencia en la mesa de decisiones es la excepción y no la regla, la sensación de no pertenecer se dispara.
Estrategias para callar al impostor
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Documenta tu éxito: Lleva un “archivo de victorias” con correos, métricas o testimonios que prueben tu aporte real.
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Nombrar es poder: Cada vez que la voz aparezca, di mentalmente: “Esto es síndrome del impostor, no realidad”.
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Comparte la vergüenza: Hablarlo con colegas de confianza lo desinfla: notarás que muchos se sienten igual.
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Reescribe tu diálogo interno: Sustituye “no soy suficiente” por “estoy aprendiendo y mejorando”.
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Celebra, aunque cueste: Oblígate a aceptar cumplidos con un simple “¡gracias!” sin justificarte.
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Define éxito a tu manera: Deja de correr la carrera de otros; crea tus propias métricas.
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Busca terapia si es necesario: Un profesional puede ayudarte a desmantelar creencias arraigadas.
Lo que NO es motivación
Ten cuidado con vivir el síndrome del impostor pues no te hace más humilde ni te empuja al éxito “porque te exiges más”. La evidencia muestra que, a largo plazo, provoca burnout, ansiedad y procrastinación. El buen rendimiento nace del compromiso, no del miedo constante a fracasar.
Si lees esto pensando que quizá tú también eres “una estafa bien maquillada”, detente, tu historia de trabajo, aprendizaje y resiliencia es real. La próxima vez que triunfes, intenta un experimento incómodo pero liberador, acepta el elogio, respira y repite mentalmente “Me lo gané”. Porque sí, te lo ganaste. El mundo no necesita otra estrella insegura, necesita tu talento creyéndosela.