En un mundo que a veces corre demasiado rápido, aún existen rincones donde el tiempo parece detenerse. El Hotel Sumiya es uno de esos lugares. Rodeado por árboles frondosos, caminos de piedra y el suave murmullo del agua, este santuario de serenidad fue concebido como una extensión del alma de Kioto, pero en pleno México.
Lo que hoy es un hotel cinco estrellas con 163 habitaciones, alguna vez fue la residencia privada de Bárbara Hutton, heredera del imperio Woolworth. Amante de la cultura japonesa y profundamente sensible a la belleza, Hutton encargó la construcción de este paraíso en 1959, inspirada en el diseño de casas nobles niponas, con techos curvos, puentes de madera y hasta un auténtico teatro Kabuki.
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“Sumiya”, que en japonés significa “lugar de longevidad y paz”, no es un nombre casual. Es la promesa de una experiencia que va más allá de la hospitalidad: es un viaje sensorial. Desde los lagos con peces koi hasta el jardín zen trazado con piedras traídas de Japón, cada rincón está pensado para calmar el alma y maravillar la vista.
Uno de los espacios más simbólicos es el baño ofuro, una tradición japonesa que convierte el acto de bañarse en un ritual de renovación. El spa del hotel, el Sumiya Spa, combina esta filosofía con tratamientos modernos y opciones ancestrales como el temazcal, logrando una mezcla cultural tan sutil como armoniosa.
En su restaurante, los sabores del Oriente encuentran su contraparte mexicana con una fusión gastronómica que sorprende y reconforta. Incluso sin hospedarse, los visitantes pueden disfrutar del desayuno buffet de fin de semana, una experiencia culinaria enmarcada por vistas al teatro y jardines.